viernes, 31 de julio de 2009

TEMULENTUS DE RUCA

A pesar de la inmensa oscuridad que embargaba la habitación y no dejaba ver ni siquiera su dulce rostro, ella podía sentir como sus ojos sonrientes y quisquillos la miraban fijamente tras las sombras despiadadas y juguetonas, esquivas y volátiles. La suavidad con la que sus dedos se deslizaban por su cuerpo era como una gota que iba acariciando el cristal por el que se van percibiendo los sueños. Poco a poco iban dejando pequeños pasos de gigante en el lienzo de su espalda, dibujaba orquídeas y enormes, pero delicadas ramificaciones con las yemas, asegurándose de tatuar a pulso ciego caricias de colores.
Ella mientras tanto se limitaba a disfrutar del calor que emitían la cercanía de los cuerpos y trataba de remover recuerdos de la piel, para poder guardar y tener presentes constantemente los nuevos pasos que recorrían las playas vírgenes. Lentamente irguío su brazo y dejó caer su mano como un péndulo sobre su quejumbroso y sedoso volatín, tratando de atrapar un poco del olor de ese pan ácimo. Subió lentamente su cuerpo tratando de no entorpecer los trazos de los pinceles que la circundaban. Acercó solamente la punta de su nariz al volatín y fue inevitable tras inhalar el aroma embriagarse con el olor del ácimo.
No se vendaron jamás los ojos, ni sellaron el aliento compartido... Se limitaron a contemplar y vivir en la paralela realidad de la Bahía.

miércoles, 10 de junio de 2009

Suspendido en el Tiempo

La luna ya estaba oculta, y la sombra de la mano en el pavimento, ya estaba cubierta por la sangre de la cabeza de un hombre, tendido en la mitad del suelo. Parecía llevar varias horas, pero no más de 3 ó 4. A medida que las luces de los apartamentos se iban encendiendo, la sangre se condensaba en el pavimento. Los habitantes del Edificio Galápagos, siguieron su rutina a cabalidad, no dieron pistas de saber algo sobre el cadáver del señor Miller, del apartamento 704, todos sabían que cada noche, salía a dar una vuelta en la terraza del décimo piso, para visualizar con mayor claridad las luces de la noche en la ciudad. Nunca se le vio acompañado, excepto por un gato persa de ojos verde de miel, que no lo desamparaba y pasaba el día recostada contra la ventana que daba a la calle de la avenida principal.

La señora Meier, del 601, salió de primeras como siempre a dar una vuelta a la manzana trotando, para empezar bien el día. Sin embargo se extraño que al llegar a la portería, José, el portero, no estuviera atento como siempre a abrirle la puerta, lo llamó con un grito pero no apareció, espero 3 minutos y volvió a llamarlo, esta vez salió corriendo, se había quedado dormido, porque el día anterior, había tenido la celebración de su cumpleaños en casa de su suegra y se había tomado unos buenos traguitos, por lo que el sueño le ganó esa noche. Saludó a la señora Meier y le pidió disculpas, por la demora. Al abrir la puerta pesada de madera con 8 pequeños vidrios que permitían conservar la privacidad del edificio, la sorpresa de Ana, fue total; vio el cuerpo del señor Miller tendido en el andén a unos 6 pasos de la puerta del edificio, rebosado de sangre, se notaba a leguas que ya estaba muerto. Corrió a pedirle el citófono a José para avisarle a su esposo el Doctor Meier, que bajara rápidamente y llamara una ambulancia o en su defecto a la policía. El escándalo que hizo Ana, fue capaz de alertar a todo el edificio sobre lo sucedido, en menos de 10 minutos, todos los residentes se encontraban rodeando el cuerpo, esperando a que llegara la policía, porque así lo habían previsto los paramédicos, para dictaminar que había ocurrido.

De pronto, la pequeña Clara del 701, vecina del señor Meier, recordó haberlo visto subir a la terraza como usualmente lo hacía con su gato; siempre se quedaba a esperar que bajara para despedirse y darle las buenas noches, pero esa noche, no bajó. Así que supuso que mientras lo esperaba se había quedado dormida y ya había pasado. Miró la ventana del apartamento del señor Miller y lo único que vio fue su gato pelusas mirando desde su sitio habitual, el cadáver despavorido de su amo.

Inmediatamente, Clara supuso que el gato tenía que ver algo con la muerte de Miller, como podía estar tan tranquilo si era su amo. Subió corriendo a la terraza del edificio, mientras los paramédicos trataban de determinar que había pasado, y la policía tomaba testimonios a los habitantes del edificio que se prestaron para colaborar, no todos quisieron ya que Miller, era un sujeto amargado, retraído y antipático, por lo tanto, no muy querido. Sus únicas amigas eran Clara y su mamá Sofía. Revisó la terraza cuidadosamente y no vio nada que llamara su atención, sin embargo dedujo que el gato tenía algo que ver con misterio de la muerte de su vecino.

Al volver a la escena del crimen, escuchó que en la solapa del muerto, habían pelos de gato, inmediatamente se inmiscuyó en la conversación y le contó a los policías que el señor Miller tenía un gato que subía con él todas las noches a ver las estrellas en la terraza del décimo piso. La policía comprendió que no se trataba de ningún asesinato, ni un accidente, pues la soledad había acompañado a este hombre durante varios años, y el tiempo ya era inútil para él, tan solo tenía a su gato que al ver el intento del hombre por arrojarse al vacío, trató de revertir su decisión, pero ya era demasiado tarde. Solo pudo caer con él al vacío, pero al caer boca arriba, su amo le salvó la vida y ahora el gato tendría que resignarse a la soledad del 701.

sábado, 9 de mayo de 2009

Espectro Solar


Tribulaciones del mal,

liberación de los agentes,
exasperación de la mente,
del ambiente,
la condensación milagrosa
de las palabras oportunas
para momentos imprevistos,
sosegada por la intranquilidad
de la cura fatal del veneno del verso.

sábado, 4 de abril de 2009

Shakespeare Asesino de Marlowe

29 de mayo de 1593, el frío de aquella tarde londinense calaba los huesos del conocido dramaturgo ingles Christopher Marlowe, quien desde su escondite esperaba inmutable la carta de su mecenas para aclarar su situación política. Oscurecía y todavía no tenía noticias del mensaje que le debió haber sido entregado hacia más de 3 horas. La impotencia lo dominaba, pero trataba de calmar las ansias con un poco de vino, sentado en el silencio de la habitación mirando fijamente las chispas desordenadas que salpicaba el tronco seco con su brasa humeante.

Tres golpes secos turbaron la paz del aclamado escritor. En medio de la neblina se alzo la altiva figura de un hombre espigado con los ojos cansados por el largo trayecto. Igram Frizer atravesó el umbral y deposito en las manos de Marlowe una carta escrita a puño y letra del mismo Thomas Wasilgham (mecenas del dramaturgo), en la carta había instrucciones precisas de encontrarse al día siguiente con dos hombres de la reina en una plaza cercana. Marlowe a manera de agradecimiento invito a Frizer a quedarse aquella noche para refugiarse del inclemente frío, noto en su aspecto que tenía claras intenciones de quedarse al menos por unos quince minutos que le hicieran olvidar su trayecto escabroso de regreso, pasando por los andenes y salpicado por los pasos de caballos en los charcos y ese ronroneo incesante que tenía en su cabeza desde por la mañana que había visto al gato de la esquina que no paraba de quejarse por el desesperante frio que atravesaba la ciudad. Entre copa y copa la noche avanzaba, los quince minutos que pretendía compartir con el dueño de casa, se convirtieron en horas de conversaciones triviales pero fructuosas para las intenciones propuestas por Marlowe, que proponían más que una noche de charla y alegoría. El implacable efecto del alcohol, acabo despertando los bajos instintos pasionales de Frizer, dejando al descubierto la conocida homosexualidad de Marlowe, para desencadenar una fogosa velada abrazada por el calor de la hornilla de la chimenea, y tendidos a merced del destino, intercambiando copas de vino, rebosándolas hasta no sentir dejar ni una gota en la botella, así llegó la noche con su frio tras el vidrio nítido que permitía ver con exactitud las acciones impertinentes que les trajo el sueño, después una larga velada.

El rayo de luz que anunciaba la mañana, se logró colar por la rendija de la ventana, interrumpiendo el sueño de Frizer y despertándolo, poco a poco. De inmediato recordó la cita y volteando su cabeza donde creyó ver un reloj de pared, y acomodándose sus lentes que se encontraban a su lado derecho, donde solía ubicarlos sin importar el sitio en el que pasara la noche para no perder la costumbre, se dio cuenta que se hacía tarde para la cita. Se apoyó en el brazo del sofá que tenía detrás de su cabeza y procedió a vestirse ágilmente, tratando de recapitular los sucesos de la noche anterior en el orden más adecuado. Una vez vestido, camino hacia la mesa en al que Marlowe solía pasar sus días componiendo obras y regalando pensamientos a los pergaminos que Thomas Watson el compañero sentimental de Christopher, le regalaba. Al llegar a la habitación en la que se encontraba la mesa, contrario a lo que esperaba (una mesa desordenada con papeles y tinta azul salpicada por toda la mesa, como tantas veces la había visto), descubrió un desayuno sencillo, como muestra de agradecimiento y una carta sin sellar que pedía se guardara silencio, para que ninguno de los dos tuviera alguna clase de problema y pudieran seguir manteniendo la cordialidad acostumbrada, que traían de años atrás. Confundido tomo su abrigo negro y espero a Marlowe en la puerta para salir hacia la plaza, haciendo gestos de preocupación y arrepentimiento que dejaban ver el abatimiento que tenía en esos momentos. Minutos más tarde, escuchó los pasos de Christopher muy cerca y la fuerza que le imprimió a la puerta mientras la cerraba, se acercó tranquilamente e iniciaron el trayecto hacia la plaza. Durante el camino no se musito palabra, ni se fue capaz de sostener la mirada, la vergüenza carcomía el alma de Frizer lavándolo a pensamientos pecaminosos e impíos. Mientras que Marlowe trataba de calmar un poco la ira que sentía por haber permitido que pasara semejante atropello contra Thomas.

Al llegar a la plaza un viento frío atravesó el pecho de Marlowe, como si un presentimiento le asediara y le indicara salir de allí. Sin embargo contuvo el aliento por unos minutos y continúo su camino. En el centro de la plaza lo esperaban tres hombres curiosamente con el mismo abrigo negro que llevaba Frizer esa mañana. Ante la extrañeza del hecho, dejó pasar no más de tres miradas a cada uno de los hombres, para no despertar sospechas sobre sus sospechas ya despertadas de lo que ocurriría más adelante.

Caminaron hacia la posada de Eleanor Bull. Se sentaron y en medio de lo que parecía una discusión bastante acalorada, agitaban las manos, las voces tenían cada vez un tono más alto, de repente con prisa uno de los sujetos con abrigo negro clava un puñal en el ojo derecho de Marlowe, dejándolo sangrar y con gemidos de dolor. Desde la distancia se contemple todo, mi corazón se agitaba, las manos sudorosas en medio del frío me impedían mantener la calma, no pude evitarlo, era su vida o la mía, no sé si el me vio, presiento que sí, cruzamos una última mirada antes de que le dieran la última estocada, pero lo que no sé, es si por esa mirada, creyó que yo fui el actor intelectual del homicidio, por mi quietud aparentemente pasiva, que solo yo sé, que no fue pasiva. Mientras otro de los sujetos sujeta al agresor el otro huye con el dramaturgo hacia el hospital.

Al llegar a lo que parecía una morgue y un hospital al tiempo, donde el olor a mortecina producido por cadáveres en descomposición y enfermos de peste bubónica. Conllevan al acompañante de Marlowe a abandonarlo en la mitad de las calles frias, sedientas de calor abrazadas por la oscuridad del invierno en un ambiente tenue, salpicado de la tristeza de los rostros pálidos de los habitantes del lugar.

El último suspiro de tan recordada y ponderada figura fue ahí en medio de la inopia y la soledad, donde ya ni el dolor le acompañaba. Su cuerpo ocupo no más que una fosa común. Que no merece, no merecía.

Solo nos queda un interrogante ¿quién se atrevió a otorgarle la muerte? ¿el miedo, por ocultar un secreto fue capaz de inducir a Frizer, para cometer el crimen? o ¿quiza algún servidor de la reina? o ¿acaso aquel tercer hombre que algunos afirman era el rival de Marlowe, un rival cuyas obras fueron reconocidas solo tras la muerte de se predecesor? Un rival que muchos conocen como William Shakespeare… pero,
- No, no fui yo. Yo fui el único ajeno al homicidio que lo vio vivo por última vez, yo Shakespeare uno de sus seguidores más fieles, a quien le debo toda mi inspiración, soy testigo del homicidio de mi gran maestro, el ilustre Christopher Marlowe, al que no le pude guardar fidelidad, por conservar mi vida y por eso no puedo revelar el nombre del asesino de mi mentor.

martes, 24 de marzo de 2009

Vestigios...

De mi no se que tanto pueda decir, pues uno nunca termina de conocerse a sí mismo, por lo tanto sería absurdo llegar a decir que se conoce a alguien, tan solo sabemos quién es y generamos la ilusión de conocerlo, reconocemos algunas costumbres, lo que afirma nuestro interés por dicha persona y la intención de atención que se le ha imprimido en sus conversaciones, miradas y silencios.
La percepción que manejo sobre mí, indiscutiblemente no es la misma que usted tiene de quién soy. La que usted, el que está leyendo esto, tiene sobre mí, probablemente no se parezca, pero no puedo dejar de considerarla, aunque la distancia no lo permita; probablemente esté errada. No sé como son sus ojos ni que mirada tendrá cuando sienta que estoy teniendo una conversación silenciosa mientras usted lee entre líneas, suave y lentamente, espero que lo haga, me atrevo descaradamente a hacerle esa petición, pero es inevitable para que la conversación nos fluya. ¿No cree usted? Disculpe mi atrevimiento, es demasiado abuso de mi parte, aún esta a tiempo de abandonar éste texto, aún no tengo ningún compromiso con usted, sin advertir de antemano que somos un par de desconocidos.
Comienzo diciéndole que mi exigencia ante el mundo se limita a las cosas sencillas, más no simples, considero que todo debe mantener un mínimo de sustancia para la conservación del sabor y el deleite de la misma, enteramente mínima, y en ocasiones invisibles, con ciertos detalles sutiles, discretos y claros. Detalles discretos y fuertes, como el caminar de un cangrejo y la forma en que sus ojos buscan evadir una mirada fija, pero lo desafían intensamente, haciendo uso de ese coraje que no le sobra a los hombres. El color de los amaneceres, por su unicidad, jamás tendrá usted dos iguales como para poder tener tan frescas las imágenes, son auténticos y sin proponérselo, lo logran y me logran deslumbrar, mientras el el silencio predomina, y va dominando la mañana en el mar donde se encuentra el camino del sol que recorren los delfines, se va percibiendo lentamente en la medida que las nubes se van posando cada vez poco a poco más alto, aumentando la nitidez de los sonidos. La soledad de las hojas mientras caen de un árbol; verdes, rojas, amarillas, naranjas, cafés, grises y blancas acarician lentamente su tronco, tratando de no alejarse de su cuerpo para no dejar de sentir los vestigios de su aliento en las venas de su cuerpo. El arrullo del mar, mientras se duerme al lado de los patos que decidieron aterrizar en mi carpa, las caricias de la arena cuando la brisa desata torbellinos en las playas de la espalda, la suavidad grama que talla las manos y las va tatuando descaradamente. Los golpes del agua en el dorso, mientras el arroyo le salpica a las hojas la ilusión de ser azul, regalándole un poquito de cielo. Los dibujos de la lluvia en las ventanas, y empañándolas con el calor del otro lado, en el que usted probablemente muchas veces haya estado y seguramente haya maldecido por no poder salir a caminar, pero tranquilo extraño, solo dibuja los vidrios y mira como a través de cada gota se distorsiona la imagen de la gente caminando en los andenes desesperada, imprudente, hasta que su mirada se detenga en la sonrisa de una mujer que sonríe mientras su rostro va siendo mimado por las pizcas de agua, deténgase a escuchar la canción que tararea y refleja su alma, desnuda sus pensamientos. Me limito a observar las alas de una mariposa jugando a esconderse, a el calor de las piedras, la calma de un charco y los visos que se reflejan.
El aroma del café cuando ahoga las fosas y las impregna de su amargo sabor en las mañana, mientras la punta de la nariz esta fría, consecuencia de la neblina en las madrugadas, lentamente la temperatura cambia y las mejillas se van coloreando con el el calor de la taza vieja, desgastada, desportillada, tibia, suave, blanca con ripios de sombrillas azules y una oreja floja que solo sirve de adorno, así entre las manos que no quieren dejar de sentir los defectos del posillo perfecto.
Y mientras usted lee esto, y yo termino estas líneas trato de imaginar quien es usted y porque llegó a leer de mí, no sé si le genere dudas o tal vez una amarga sensación de insatisfacción por no contarle de qué color tengo el pelo, los ojos y la piel. Cómo y cuándo sonrío, para qué o para quién. Cuál es el tamaño de mis manos, mis pies y mi cuerpo (pequeño, cómodo, práctico, no recurro a adjetivos para mi identificación concreta).
Sin embargo, después de tratar de amenizar su lectura y darle motivos para detestarme o ignorarme, al menos tengo la certeza de que se puede llevar una mínima idea de quien vengo siendo, una fabricante de ilusiones empedernida. Una empedernida de palabras sueltas...

jueves, 5 de febrero de 2009

WALKING AROUND

Caricias perdidas,
sonidos mudos,
sombras sin silueta y
caminos sin dueño.
Caminas despierto,
caminas contento
te pierdesen el tiempo
que no deja de ser nuestro.
Manchas transparentes
floripepeadas de recuerdos,
entre los óleos sin relieve..
Letras sueltas que caminan
tratando de encontrar palabras
y ahí vá el llanto sin risa,
con la noche sin nostalgia
saltando por las nubes de humo,
dando puntapies a las lágrimas
del cielo.. esquivando caricias,
omitiendo sonidos, ocultando las sombras
y forjando caminos.