martes, 24 de marzo de 2009

Vestigios...

De mi no se que tanto pueda decir, pues uno nunca termina de conocerse a sí mismo, por lo tanto sería absurdo llegar a decir que se conoce a alguien, tan solo sabemos quién es y generamos la ilusión de conocerlo, reconocemos algunas costumbres, lo que afirma nuestro interés por dicha persona y la intención de atención que se le ha imprimido en sus conversaciones, miradas y silencios.
La percepción que manejo sobre mí, indiscutiblemente no es la misma que usted tiene de quién soy. La que usted, el que está leyendo esto, tiene sobre mí, probablemente no se parezca, pero no puedo dejar de considerarla, aunque la distancia no lo permita; probablemente esté errada. No sé como son sus ojos ni que mirada tendrá cuando sienta que estoy teniendo una conversación silenciosa mientras usted lee entre líneas, suave y lentamente, espero que lo haga, me atrevo descaradamente a hacerle esa petición, pero es inevitable para que la conversación nos fluya. ¿No cree usted? Disculpe mi atrevimiento, es demasiado abuso de mi parte, aún esta a tiempo de abandonar éste texto, aún no tengo ningún compromiso con usted, sin advertir de antemano que somos un par de desconocidos.
Comienzo diciéndole que mi exigencia ante el mundo se limita a las cosas sencillas, más no simples, considero que todo debe mantener un mínimo de sustancia para la conservación del sabor y el deleite de la misma, enteramente mínima, y en ocasiones invisibles, con ciertos detalles sutiles, discretos y claros. Detalles discretos y fuertes, como el caminar de un cangrejo y la forma en que sus ojos buscan evadir una mirada fija, pero lo desafían intensamente, haciendo uso de ese coraje que no le sobra a los hombres. El color de los amaneceres, por su unicidad, jamás tendrá usted dos iguales como para poder tener tan frescas las imágenes, son auténticos y sin proponérselo, lo logran y me logran deslumbrar, mientras el el silencio predomina, y va dominando la mañana en el mar donde se encuentra el camino del sol que recorren los delfines, se va percibiendo lentamente en la medida que las nubes se van posando cada vez poco a poco más alto, aumentando la nitidez de los sonidos. La soledad de las hojas mientras caen de un árbol; verdes, rojas, amarillas, naranjas, cafés, grises y blancas acarician lentamente su tronco, tratando de no alejarse de su cuerpo para no dejar de sentir los vestigios de su aliento en las venas de su cuerpo. El arrullo del mar, mientras se duerme al lado de los patos que decidieron aterrizar en mi carpa, las caricias de la arena cuando la brisa desata torbellinos en las playas de la espalda, la suavidad grama que talla las manos y las va tatuando descaradamente. Los golpes del agua en el dorso, mientras el arroyo le salpica a las hojas la ilusión de ser azul, regalándole un poquito de cielo. Los dibujos de la lluvia en las ventanas, y empañándolas con el calor del otro lado, en el que usted probablemente muchas veces haya estado y seguramente haya maldecido por no poder salir a caminar, pero tranquilo extraño, solo dibuja los vidrios y mira como a través de cada gota se distorsiona la imagen de la gente caminando en los andenes desesperada, imprudente, hasta que su mirada se detenga en la sonrisa de una mujer que sonríe mientras su rostro va siendo mimado por las pizcas de agua, deténgase a escuchar la canción que tararea y refleja su alma, desnuda sus pensamientos. Me limito a observar las alas de una mariposa jugando a esconderse, a el calor de las piedras, la calma de un charco y los visos que se reflejan.
El aroma del café cuando ahoga las fosas y las impregna de su amargo sabor en las mañana, mientras la punta de la nariz esta fría, consecuencia de la neblina en las madrugadas, lentamente la temperatura cambia y las mejillas se van coloreando con el el calor de la taza vieja, desgastada, desportillada, tibia, suave, blanca con ripios de sombrillas azules y una oreja floja que solo sirve de adorno, así entre las manos que no quieren dejar de sentir los defectos del posillo perfecto.
Y mientras usted lee esto, y yo termino estas líneas trato de imaginar quien es usted y porque llegó a leer de mí, no sé si le genere dudas o tal vez una amarga sensación de insatisfacción por no contarle de qué color tengo el pelo, los ojos y la piel. Cómo y cuándo sonrío, para qué o para quién. Cuál es el tamaño de mis manos, mis pies y mi cuerpo (pequeño, cómodo, práctico, no recurro a adjetivos para mi identificación concreta).
Sin embargo, después de tratar de amenizar su lectura y darle motivos para detestarme o ignorarme, al menos tengo la certeza de que se puede llevar una mínima idea de quien vengo siendo, una fabricante de ilusiones empedernida. Una empedernida de palabras sueltas...