sábado, 4 de abril de 2009

Shakespeare Asesino de Marlowe

29 de mayo de 1593, el frío de aquella tarde londinense calaba los huesos del conocido dramaturgo ingles Christopher Marlowe, quien desde su escondite esperaba inmutable la carta de su mecenas para aclarar su situación política. Oscurecía y todavía no tenía noticias del mensaje que le debió haber sido entregado hacia más de 3 horas. La impotencia lo dominaba, pero trataba de calmar las ansias con un poco de vino, sentado en el silencio de la habitación mirando fijamente las chispas desordenadas que salpicaba el tronco seco con su brasa humeante.

Tres golpes secos turbaron la paz del aclamado escritor. En medio de la neblina se alzo la altiva figura de un hombre espigado con los ojos cansados por el largo trayecto. Igram Frizer atravesó el umbral y deposito en las manos de Marlowe una carta escrita a puño y letra del mismo Thomas Wasilgham (mecenas del dramaturgo), en la carta había instrucciones precisas de encontrarse al día siguiente con dos hombres de la reina en una plaza cercana. Marlowe a manera de agradecimiento invito a Frizer a quedarse aquella noche para refugiarse del inclemente frío, noto en su aspecto que tenía claras intenciones de quedarse al menos por unos quince minutos que le hicieran olvidar su trayecto escabroso de regreso, pasando por los andenes y salpicado por los pasos de caballos en los charcos y ese ronroneo incesante que tenía en su cabeza desde por la mañana que había visto al gato de la esquina que no paraba de quejarse por el desesperante frio que atravesaba la ciudad. Entre copa y copa la noche avanzaba, los quince minutos que pretendía compartir con el dueño de casa, se convirtieron en horas de conversaciones triviales pero fructuosas para las intenciones propuestas por Marlowe, que proponían más que una noche de charla y alegoría. El implacable efecto del alcohol, acabo despertando los bajos instintos pasionales de Frizer, dejando al descubierto la conocida homosexualidad de Marlowe, para desencadenar una fogosa velada abrazada por el calor de la hornilla de la chimenea, y tendidos a merced del destino, intercambiando copas de vino, rebosándolas hasta no sentir dejar ni una gota en la botella, así llegó la noche con su frio tras el vidrio nítido que permitía ver con exactitud las acciones impertinentes que les trajo el sueño, después una larga velada.

El rayo de luz que anunciaba la mañana, se logró colar por la rendija de la ventana, interrumpiendo el sueño de Frizer y despertándolo, poco a poco. De inmediato recordó la cita y volteando su cabeza donde creyó ver un reloj de pared, y acomodándose sus lentes que se encontraban a su lado derecho, donde solía ubicarlos sin importar el sitio en el que pasara la noche para no perder la costumbre, se dio cuenta que se hacía tarde para la cita. Se apoyó en el brazo del sofá que tenía detrás de su cabeza y procedió a vestirse ágilmente, tratando de recapitular los sucesos de la noche anterior en el orden más adecuado. Una vez vestido, camino hacia la mesa en al que Marlowe solía pasar sus días componiendo obras y regalando pensamientos a los pergaminos que Thomas Watson el compañero sentimental de Christopher, le regalaba. Al llegar a la habitación en la que se encontraba la mesa, contrario a lo que esperaba (una mesa desordenada con papeles y tinta azul salpicada por toda la mesa, como tantas veces la había visto), descubrió un desayuno sencillo, como muestra de agradecimiento y una carta sin sellar que pedía se guardara silencio, para que ninguno de los dos tuviera alguna clase de problema y pudieran seguir manteniendo la cordialidad acostumbrada, que traían de años atrás. Confundido tomo su abrigo negro y espero a Marlowe en la puerta para salir hacia la plaza, haciendo gestos de preocupación y arrepentimiento que dejaban ver el abatimiento que tenía en esos momentos. Minutos más tarde, escuchó los pasos de Christopher muy cerca y la fuerza que le imprimió a la puerta mientras la cerraba, se acercó tranquilamente e iniciaron el trayecto hacia la plaza. Durante el camino no se musito palabra, ni se fue capaz de sostener la mirada, la vergüenza carcomía el alma de Frizer lavándolo a pensamientos pecaminosos e impíos. Mientras que Marlowe trataba de calmar un poco la ira que sentía por haber permitido que pasara semejante atropello contra Thomas.

Al llegar a la plaza un viento frío atravesó el pecho de Marlowe, como si un presentimiento le asediara y le indicara salir de allí. Sin embargo contuvo el aliento por unos minutos y continúo su camino. En el centro de la plaza lo esperaban tres hombres curiosamente con el mismo abrigo negro que llevaba Frizer esa mañana. Ante la extrañeza del hecho, dejó pasar no más de tres miradas a cada uno de los hombres, para no despertar sospechas sobre sus sospechas ya despertadas de lo que ocurriría más adelante.

Caminaron hacia la posada de Eleanor Bull. Se sentaron y en medio de lo que parecía una discusión bastante acalorada, agitaban las manos, las voces tenían cada vez un tono más alto, de repente con prisa uno de los sujetos con abrigo negro clava un puñal en el ojo derecho de Marlowe, dejándolo sangrar y con gemidos de dolor. Desde la distancia se contemple todo, mi corazón se agitaba, las manos sudorosas en medio del frío me impedían mantener la calma, no pude evitarlo, era su vida o la mía, no sé si el me vio, presiento que sí, cruzamos una última mirada antes de que le dieran la última estocada, pero lo que no sé, es si por esa mirada, creyó que yo fui el actor intelectual del homicidio, por mi quietud aparentemente pasiva, que solo yo sé, que no fue pasiva. Mientras otro de los sujetos sujeta al agresor el otro huye con el dramaturgo hacia el hospital.

Al llegar a lo que parecía una morgue y un hospital al tiempo, donde el olor a mortecina producido por cadáveres en descomposición y enfermos de peste bubónica. Conllevan al acompañante de Marlowe a abandonarlo en la mitad de las calles frias, sedientas de calor abrazadas por la oscuridad del invierno en un ambiente tenue, salpicado de la tristeza de los rostros pálidos de los habitantes del lugar.

El último suspiro de tan recordada y ponderada figura fue ahí en medio de la inopia y la soledad, donde ya ni el dolor le acompañaba. Su cuerpo ocupo no más que una fosa común. Que no merece, no merecía.

Solo nos queda un interrogante ¿quién se atrevió a otorgarle la muerte? ¿el miedo, por ocultar un secreto fue capaz de inducir a Frizer, para cometer el crimen? o ¿quiza algún servidor de la reina? o ¿acaso aquel tercer hombre que algunos afirman era el rival de Marlowe, un rival cuyas obras fueron reconocidas solo tras la muerte de se predecesor? Un rival que muchos conocen como William Shakespeare… pero,
- No, no fui yo. Yo fui el único ajeno al homicidio que lo vio vivo por última vez, yo Shakespeare uno de sus seguidores más fieles, a quien le debo toda mi inspiración, soy testigo del homicidio de mi gran maestro, el ilustre Christopher Marlowe, al que no le pude guardar fidelidad, por conservar mi vida y por eso no puedo revelar el nombre del asesino de mi mentor.